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MI PRIMER TRÍO  

Gaviaoxx 58M
4 posts
5/10/2020 2:17 pm
MI PRIMER TRÍO

Narro aquí esta experiencia inolvidable. Los nombres de todos los involucrados han sido cambiados, por discreción. Agradeceré sus comentarios.

En enero de 2019, me organicé con una pareja de amigos para volver a Punta Serena. Era el fin de semana en que, cada dos meses, el hotel se hace nudista en todas sus áreas, no solamente en la playa. Y es en esas fechas cuando vamos los asiduos a ese lugar.

Aunque mi amistad con esta pareja, Isaías y Romina, es muy cercana –y en la época en que yo estaba casado llegamos a hacer algunos juegos eróticos-, entendí que esta vez ellos necesitaban estar el uno para el otro, así que procuré reunirme solamente a la hora de los alimentos y dejarlos a su aire el resto del tiempo.

Desde nuestra llegada el jueves, nos percatamos que el hotel estaba al tope, ocupadas las 24 habitaciones. Reconocimos y saludamos a algunos clientes habituales mientras que yo, ahora en mi plan de soltero, trataba de identificar alguna posibilidad de entablar una relación un poco más allá de una amena charla.
Estaban, desde luego, los maestros de Uruapan, ella más fácil que la tabla del dos, pero que ni antes ni ahora me había interesado. Había otras tres parejas que yo sabía que les gustaba el relajo, pero tampoco eran de mi interés.
Yo buscaba a una chica a quien mi ex esposa había bautizado como “la negrita”, quien tiene un cuerpo delgado con las mejores proporciones que uno puede imaginar. La buscaba porque en vacaciones pasadas me había tirado la onda directamente; yo había tenido que declinar de la forma más amable. Pero no, ahora que yo iba dispuesto, ella no había acudido.
Así que ese primer día me dediqué a lo que también me gusta mucho: leer, tomar el sol y meterme al mar. Bien lubricado con unas pocas cervezas, la jornada transcurrió de maravilla.

Mis amigos y yo cenamos temprano, porque para ellos la desmañanada había estado fuerte. Casi para terminar, entró al restaurante una pareja joven; mis ojos casi se desorbitan cuando la vi a ella: cuerpo de reloj de arena, bajita de estatura, morena clara, enfundada en un vestido blanco un poco arriba de la rodilla, de una malla suficientemente cerrada para no ser vulgar, pero suficientemente abierta para mostrar claramente que no llevaba ropa interior. Unas tetas más grandes de lo normal, cuyo balanceo denotaba que eran cien por ciento naturales. ¡Qué delicia, carajo!
Saludaron al pasar y se sentaron al fondo del restaurante, quedando para mi mala suerte fuera del alcance de mi vista.
A las 8 de la mañana siguiente, justo al terminar de bañarme después de una caminata matutina y mi indispensable café, tocaron a la puerta de mi habitación. Era mi amigo Isaías que me convocaba para darle a Romina un masaje a cuatro manos en la terraza que compartíamos las dos habitaciones, aprovechando la frescura de la mañana y la suave brisa que soplaba. Él ya había conseguido una camilla, toallas y sábanas y sólo pedía mi cooperación. Accedí encantado y –debo reconocerlo- excitado por poder tocar el menudo y agraciado cuerpo de mi amiga. No me extenderé en detalles; sólo diré que la actividad nos tomó unas dos horas, más el tiempo que empleamos en bañarnos (yo por segunda vez) y alistarnos.

En consecuencia, apenas alcanzamos abierto el restaurante para desayunar. Y justo al entrar nos cruzamos con la pareja de la chica encantadora de la noche anterior. No decepcionaba: ahora venía vestida con una minifalda de mezclilla deslavada y rasgada, con un detalle que me pareció tan simple como sexy: el botón desabrochado. Pero lo que cortaba la respiración era su top de bikini: amarillo intenso, lycra delgada sin forro (tipo Wicked Weasel) y al menos dos tallas más chico que lo que correspondería usar en una playa “estándar”. Claro que este lugar distaba mucho de ser estándar y yo lo agradecía.
Nuevo cruce de saludos y sonrisas, aderezado por un detalle algo vulgar e insinuante de mi parte: me llevé ostensiblemente la mano a mi miembro en semi erección, que se revelaba claro debajo del pareo que yo traía atado a la cintura. Muchas horas después supe que mi movimiento no había pasado inadvertido, pero en ese momento, la chica pareció no darse por enterada.

Romina me dijo, nada más estuvimos sentados a la mesa:
-Desde anoche le tienes puesto el ojo y no se lo quitas.
-¿Tanto se notó? –Pregunté.
-¡Ay! –dijo mirando al techo. -¡Los hombres tan obvios! Hasta mi marido sigue tus pasos, “gurú”.
-Tu marido no tiene ojos más que para ti –dije.
-No necesitas mentir para defender a tu amiguito. Él puede poner sus ojos y hasta sus manos donde quiera, pero su pito y su boca exclusivamente míos –decretó Romina.
-Pues ya que me descubriste, podré actuar con menos discreción –dije.
-La discreción no es uno de tus atributos, no te engañes –concluyó mi amiga.

Desde que pisé la arena mi vista escaneaba todo el panorama en busca de la morenita de las tetas grandes, sin éxito. ¡Carajo! Seguro se quedaron en la alberca y yo ni un ojo eché a esa área.
Resignado, tomé mi libro y me sumergí en la lectura a la que siguió una rica siesta de la que desperté acalorado y sediento. Así que me metí en el mar; el agua fría de enero me terminó de espabilar y al salir caminé directamente hacia el bar, en busca de la primera cervecita del día.
¡Y allí estaban! En la segunda fila de palapas, sobre dos camastros muy escondidos, la joven pareja se dedicaba al dolce far niente en ese paradisíaco lugar.
Si bajo la escasa y reveladora ropa con que la había visto, la chica se veía espectacular, desnuda era un poema. No sólo sus formas eran hermosas, su piel tenía un color y una textura fascinantes, como si la hubiesen bronceado y maquillado en un estudio cinematográfico. Unos enormes lentes oscuros ocultaban los ojos riuseños que yo había podido ver ya dos veces. Sumí mi incipiente panza cincuentona, los saludé y les dediqué la más cálida de mis sonrisas. Le pedí mi chela al servicial Rony y regresé sin muchas ganas a mi camastro.

La necesidad de una segunda cerveza me surgió rápidamente. No era sed, sino ganas de ver con más detenimiento a la tetoncita. Quiso la suerte que en cuanto caminé hacia el bar, la pareja se había levantado y venía casi directamente hacia mí, en dirección a la playa. Nos cruzamos a dos metros de distancia; nueva sonrisa, nuevo saludo y un nada original: “disfruten el agua, está rica”. ¡Chingao, podría haber sido un poco más imaginativo!, pensé mientras giraba mi cabeza 180 grados para admirar el delicioso balanceo de las nalgas de la chica, lo que me produjo una instantánea erección.

Rony estaba sirviendo mi chela cuando llegué a la barra, anticipándose a mi pedido.
-¿Quiénes estos chavos? –le lancé la pregunta inmediatamente.
- de Morelia –me dijo Rony. –Es la primera vez que vienen; ella se llama Tatiana y él, Ernesto. ¿Qué, ya le echó el lente a la niña?.
-¡Cómo crees, Rony, podría ser mi hija!
-Además, usted tiene que hacer fuerte a don Isaías con doña Romina, ¿no?.
-Estás en un error, amigo, con ellos no hay nada.
-¿No vienen juntos? Cuando venía doña Alina todos pensábamos que eran cuarteto formal y ahora que ya no viene ella, dijimos: “el cuarteto ya se redujo a trío”.
-Deducen mucho ustedes, Rony. Dime ¿Extrañas a Alina? Porque no creas que no notaba que te la comías con los ojos.
-¡Ya ni me diga, que voy a llorar! ¡Cómo no la voy a extrañar!
-¡Jajaja!, siempre lo sospechamos.
-Volviendo al tema, don Germán, los muchachos me preguntaron por usted –dijo el barman.
-¡Estás inventando para quedar bien conmigo!
-No, en serio, me preguntaron por qué venía solo, pero les dije que era el trío de los señores Plasencia, que era cliente antiguo de aquí, que no se metía con nadie más, etcétera.
-¡Huy, amigo! Ya me hiciste mala publicidad. Las circunstancias han cambiado desde el año pasado.
-Bueno, yo al rato les aclaro, usted disculpe.
-¡No te preocupes, se los aclararé yo mismo! Gracias por el tip.
Y tomando mi cerveza, me regresé al camastro.

Poco después, vi acercarse a la pareja directamente hacia mí, desde la playa. Yo estaba sentado, bajé mi libro y en cuanto estuvieron al alcance de mi voz, les pregunté:
-¿Les está gustando este paraíso?
-¡Uta, no sabes cuánto! Debimos haber venido hace mucho, cuando nos enteramos de su existencia, pero por una cosa u otra, no se organizaba el viaje –dijo Ernesto.
-Pues aprovechen –respondí. Por cierto, yo me llamo Germán, viejo cliente de este lugar, desde hace 15 años.
-Yo soy Ernesto, ella es Tatiana –respondió él.
-¿Van a comer aquí abajo o en el restaurante? –pregunté.
-En este momento vamos a tomar un masaje, luego comeremos algo allá arriba –dijo Tatiana, y agregó: -Pero bajamos al rato.
-Buena idea, nos vemos al rato –me despedí, mientras ellos continuaron su camino.
Con toda la discreción de que fui capaz seguí sus movimientos. Se vistieron (señal inequívoca de su novatez), recogieron sus pertenencias y se encaminaron hacia la escalera hasta desaparecer de mi vista.
Yo me fui hacia el agua nuevamente.

Las siguientes dos horas o poco más las pasé con Isaías y Romina, quienes bajaron a la playa. Nadamos juntos un rato y comimos allí mismo, como casi siempre lo hacemos. Luego ellos se fueron a sus camastros a tomar una siesta, justo en el momento en que Tatiana y Ernesto volvían.
Se fueron de nuevo a sus camastros semi ocultos junto al bar, pero una vez que estuvieron instalados y desnudos, Ernesto vino hasta donde yo estaba y me dijo:
-Ven a tomarte un trago con nosotros, anda.
Me levanté y lo seguí. Tatiana estaba de pie frente a Rony, quien ya preparaba tres whiskys con Seven up. Nos quedamos de pie, acodados en la barra y en pocos minutos ya estábamos platicando fluidamente. Pronto surgió la pregunta, hecha por Tatiana, de manera muy inteligente:
-¿Siempre vienes solo?
-No, es la segunda vez apenas. Solía venir con mi esposa, pero tenemos ya unos meses separados, en trámites de divorcio –respondí.
-Pero tus amigos ¿están contigo o qué onda? –inquirió.
-¿Quieres saber si venimos en trío? –pregunté riéndome. –No, aunque no me disgustaría nada la idea –afirmé.
-¡Jajaja!, y nosotros imaginando cómo sería exactamente esa relación –intervino Ernesto.

Los tragos, que yo había evitado en la medida de lo posible volviendo a mi casi inocua y acostumbrada cerveza, nos fueron relajando y soltando la lengua y al rato ya nos contábamos nuestras aventuras e intimidades. A las 5:30 Rony sirvió la última ronda y cerró el bar. Nos recordó que a las seis habría fiesta de espuma en la alberca. Les pregunté a mis nuevos amigos si irían. Me dijeron que me adelantara, que ellos esperarían hasta estar solos en la playa, ya que querían coger allí mismo antes de subir; pero que me alcanzarían un poco más tarde.

Recogí mis cosas y pasé a dejar todo a la habitación. Luego seguí hacia la alberca, que tenía música, dos animadores del hotel hermano, Los Ángeles Locos, y una gruesa capa de espuma sobre el agua. El ambiente estaba realmente animado y varios huéspedes algo pasados de copas daban buen show. Isaías y Romina ya estaban en el agua y me uní a ellos. En 30 minutos todo había terminado y cuando me disponía a seguir a mis amigos al jacuzzi, vi entrar en la alberca a la joven pareja michoacana, por lo que decidí quedarme.
En cuanto tuve a Tatiana cerca de mí, le dije bromeando:
-Ahora el problema va a ser borrarte la sonrisota que traes.
Ambos rieron ruidosamente.
-Teníamos muchas ganas de hacerlo en la playa –dijo Ernesto. –Pero anoche llegamos muy tarde.
-Lo pudieron haber hecho en la caletita que está al final de la playa, a cualquier hora del día.
-¡A buena hora nos lo dices, nunca la vimos! –dijo Tatiana.
-Es que hay que entrar un poco en el agua, de preferencia cuando la marea está baja. Mañana les muestro cómo.
-¡Trato! –y Tatiana chocó palmas conmigo.

La conversación tomó de nuevo derroteros más íntimos y en un momento dado Ernesto me estaba contando de la vez –unos meses antes- en que habían intentado que otro hombre tuviera sexo con Tatiana.
-Salíamos de un antro en Guadalajara y el chavo del Uber que nos llevó al hotel, como que coqueteó un poco con Tatiana – explicó Ernesto, y continuó: -Entonces, en cuanto llegamos a la habitación, le dije “¿te lo quieres tirar?”, me dijo que sí, así que nos pusimos manos a la obra.
-¿Qué hicieron? –pregunté.
-Tatiana se encueró, le tomé una foto sin rostro y se la envié al Uber. Le puse: “¿quieres?, te esperamos en la habitación fulana ahora mismo”.
-¡No jodas! –dije. –Y llegó como rayo, me imagino.
-En diez minutos estaba tocando la puerta. Le abrió Tatiana encuerada. Entró, le leímos las reglas: nada de fotos, no besos y condón desde el principio.
-Lógico –apunté.
-¿Y a qué no sabes qué fue lo peor?
-Dime.
-Se encuera el tipo, tenía un pene chiquitito, de risa, entre una pelambrera terrible. ¡Y nunca logró ni media erección! A los 10 minutos le dimos las gracias y lo mandamos de regreso.
-¡Le dio miedo, pobre cuate!
-¡Pero si en el coche me coqueteaba, o sea que me traía ganas! –dijo Tatiana.
-Sí, amiga, pero el pene tiene vida y cerebro propios, no obedece a su dueño –le dije, y continué: -En este momento, el mío está completamente erecto, sin que yo se lo pida o permita.
-¡A verlo! –dijo, y volteó hacia mi pene, pero el agua le impedía distinguirlo con claridad -¡No veo nada! –se quejó.
-Te lo voy a enseñar durante tres segundos, ponte lista –le dije.
-¿Cómo, qué vas a hacer?
-Me voy a sentar en el vertedero de la alberca y tú vas a estar de frente. Cuento hasta tres y me vuelvo a meter –y diciendo eso, me puse en posición.
-¿Lista? –pregunté cuando estuve apoyado con las manos en el vertedero y me impulsé para quedar sentado. Tatiana estaba a escasos 50 centímetros de mi miembro.
-¡Ya te creo! –dijo, en cuanto vio mi pija parada, apuntando hacia su cara.
-¿Quieres tocarlo? –me atreví.
Tatiana lo abarcó con una mano apretándolo ligeramente, para soltarlo poco después. A menos de un metro, Ernesto no perdía detalle.
-¡No manches! Está más grueso de lo que imaginaba –concluyó, después de lo cual entré de nuevo al agua.

-Germán, ¿qué es lo que más te gusta de mi vieja? –me preguntó Ernesto.
-Sin lugar a dudas, sus tetas –dije con sinceridad. -Desde anoche no me las quito de la cabeza. tan bellas, tan grandes… ¡y naturales!; no es algo que veas todos los días.
-Te juego una apuesta a que no adivinas qué talla –me retó.
-¿Si adivino, qué gano? –pregunté.
-Eso te lo digo después.
-¿Y si no acierto, qué pierdo? –insistí.
-Ya lo sabrás. ¿Le entras a la apuesta?
-Llevas mucha ventaja –le dije. Y dirigiéndome a Tatiana: -necesitaría tocarlas, ¿puedo?.
-¡Jajaja! Creo que te lo ganaste, adelante –me dijo la chica.
Levanté mis manos y las llevé en dirección a sus ubérrimas tetas, pero antes de tocarlas, las bajé y dije:
-No, esta no es la posición adecuada.
Así, rodeé a Tatiana hasta ponerme a su espalda y desde atrás tomé ambos pechos, sopesándolos y moldeándolos entre mis manos, poniendo buen cuidado en que mientras efectuaba esa maniobra, mi pene hiciera contacto con sus nalgas, flexionando mis rodillas para compensar la diferencia de estaturas. Luego, mientras me frotaba contra ella, acerqué mi boca a su oído y le susurré:
-Treinta y cuatro, D. ¿acerté?
-¿Qué dijiste? –preguntó Ernesto.
-Treinta y cuatro, copa D –repetí, mientras soltaba las tetas y me separaba de Tatiana.
-¡Eres un experto, cabrón! Le atinaste exacto ¿cómo le hiciste?
-Me pasé atrás porque quería ver y tocar la espalda, del mismo ancho que la de mi ex, quien es 34. La copa fue más fácil, las de mi ex “C” y llenan exactamente mis manos; éstas las rebasan un poco, de allí mi estimación de la “D”.
-¡Y porque querías darle un repegón a mi vieja! ¿o lo vas a negar? –dijo -Ernesto.
-Yo no sentí nada –dije, con una mal fingida inocencia. -¿Tú sentiste algo, Tatiana?
-Quizá algún pez que andaba nadando por ahí –repuso la aludida. –Y soltó la carcajada. –Pensándolo bien, una anguila –añadió, provocando las risas de Ernesto y mía.

Una ronda de tragos más tarde, Ernesto propuso:
-Creo que estamos perdiendo el tiempo aquí, deberíamos irnos a la habitación a seguir la plática. ¿Qué te parece, amor? –le preguntó a Tatiana.
La esposa se llevó el índice a la boca y pude percibir un ligero temblor en su labio inferior. Parpadeó tres o cuatro veces y pasó saliva antes de responder.
-Pensé que nunca lo ibas a sugerir, ¡vamos!.
Salimos de la alberca y mientras ellos se secaban yo sólo me deshacía del exceso de agua.
-¿No tienes toalla? –me preguntó Tatiana. –Toma la mía.
-Dejé todo en mi cuarto, no me traje ni siquiera sandalias. Incluso la llave la dejé escondida cerca de la entrada. Me gusta andar absolutamente desnudo, absolutamente libre –le informé.
-¿No te sientes vulnerable?
-Un poco, quizá. Pero vale la pena. En Hidden Beach Resort, cerca de Tulum, puedes estar desnudo las 24 horas del día, entrar al restaurante y al gimnasio. La segunda vez que estuve allí con mi ex, quise hacer el experimento y estuve 96 horas consecutivas sin un trozo de tela, sin una pieza de calzado. ¡Lo difícil fue al irnos, ya no quieres vestirte!
-¿Y tu mujer hizo lo mismo? –quiso saber Ernesto cuando ya caminábamos hacia su cuarto, en el último grupo de bungalows del hotel.
-Casi; ella se cubría con un pequeño pareo a la cintura para los restaurantes y agregaba algún collar grande o un detalle en las noches.
-¡Estaría padrísimo poder hacer eso aquí! –dijo Tatiana.
-Esa es una de las razones por las que prefiero comer en la playa. Así estoy unas 21 horas desnudo cada día –repuse.
-Te vamos a copiar la idea –dijo Ernesto.
-¡Yo me apunto! –se sumó su esposa.

Llegamos a la puerta de su habitación y Tatiana sacó la llave de su bolsa de playa. Aunque la noche era tibia, yo sentí un ligero escalofrío en la espalda y por un momento temí que me dominara el pánico escénico como al conductor del Uber.
En el cuarto, la cama King size ya estaba preparada para la noche, con los clásicos pétalos de bugambilia sobre la colcha. Ernesto encendió el aire acondicionado; el ventilador de techo estaba en velocidad baja. Ninguno de los tres acertaba a ocupar un lugar.
-Voy a enjuagarme un poco, vuelvo en dos minutos, dijo Tatiana –y se fue hacia el baño.

-Con toda franqueza dime, amigo ¿Te sientes cómodo con mi presencia aquí? –le cuestioné a Ernesto. –Este es el momento en que me pides que me vaya y aquí no ha pasado nada.
-¡No, para nada, Germán! -respondió de inmediato. –Desde que veníamos de camino traíamos la idea fija de cumplir lo que se había quedado pendiente en Guadalajara. Y esta mañana, Tatiana dijo que lo quería hacer contigo. Lo decidió cuando nos cruzamos en el restaurante y tú te agarraste el miembro mientras la saludabas.
-¡Ja! ¿Lo notó?
-Fuiste demasiado evidente, cabrón. No sólo lo notó, se le antojó. Aunque después Rony nos desilusionó porque dijo que eras el tercero fijo con tus amigos y que no te metías con nadie más.
-Ese Rony nomás imagina, inventa.
-No sólo él, otros empleados y varios huéspedes dicen lo mismo, jeje.
-¿O sea que me han estado investigando?
-Tatiana no ha hecho otra cosa en todo el día, sólo que no toma la iniciativa y me deja a mí para que explore el terreno y abra el camino
-Ya que estamos en el confesionario, dime qué es lo que esperan de mí –quise saber.
-Como ya te platiqué, nuestra fantasía era que se la cogiera otro mientras yo miraba y hasta allí; pero ahora que hemos hecho tan buena relación, no sé si eso será suficiente.
-¿No eres celoso?
-No conozco esa palabra, Germán, te lo juro.
-Pues entonces está fácil –le propuse. Ahora que regrese Tatiana me iré yo a darme un regaderazo y los dejaeré para que se pongan de acuerdo; cuando vuelva del baño tendrán un panorama más claro y yo seré materia dispuesta.
-¡Trato! –dijo Ernesto.

Tatiana entró a la recámara con la toalla alrededor de su cuerpo, anudada al frente. Después de haberla visto desnuda parte del día, me pareció que esa cobertura parcial era provocativa.
-Mi turno –dije solamente y me dirigí a la regadera. El sonido del agua me impedía escuchar lo que el matrimonio estaba platicando, pero mi mente hacía todo tipo de elucubraciones, desde las más optimistas hasta la posibilidad de que se arrepintieran de sus intenciones y yo debiera marcharme de la habitación. Sentí que mi corazón latía apresuradamente por la incertidumbre, pero al mismo tiempo me dio gusto comprobar que mi pene estaba a la altura de los posibles requerimientos.
Terminé la ducha, me sequé y todavía me tomé el tiempo de aplicarme algo de crema en el cuerpo. Me miré al espejo y el reflejo me llenó de orgullo; a mi edad aún era estético y mi tranca erecta lucía muy saludable. Así, apuntando hacia el frente volví a la recámara.

La escena era hermosa: al centro de la enorme cama blanca estaba Tatiana completamente desnuda, boca abajo y con una pierna flexionada de manera que dejaba ver un poco de su deliciosa entrada al paraíso. Cerca de una esquina de la cama, Ernesto estaba sentado en un sillón que había movido a ese lugar. Lo miré y lo interrogué sin palabras. Me respondió:
-Hemos decidido que sólo miraré –hizo una pausa, para luego continuar: -Adelante, no hay límites excepto la violencia o provocar dolor. Asentí en silencio.
Inspiré profundamente y me dije que no debería dejarme llevar por el deseo inminente que amenazaba con hacer estallar mi verga. Otro hombre o quizá yo mismo veinte años antes, me hubiera ido directamente a su vagina para penetrarla de inmediato. Pero yo había aprendido mucho en las últimas dos décadas y estaba dispuesto a dar una demostración de erotismo, ahora que quedaba claro que mi equipo viril no me iba a fallar.

Me subí a la cama y acaricié y llevé mi lengua a la parte trasera de su rodilla; lamí suavemente y como un caracol fui ascendiendo por su muslo hasta la nalga, a la que di tres o cuatro suaves mordidas. Mi lengua siguió trazando camino hasta la depresión del sacro, donde me entretuve un poco más, arrancándole a Tatiana un primer suspiro. Deslicé mi mano delicadamente en su entrepierna, donde una tibia humedad la recibió. Seguí ascendiendo con mi lengua por su espalda, con un trazo sinuoso a ambos lados de su columna vertebral. Cuando llegué a la nuca, me monté a horcajadas en Tatiana; mi pene erecto tocaba su espalda baja.

Dos reacciones discretas no me pasaron inadvertidas: apretó las almohadas con sus manos y levantó ligeramente las nalgas. Descansé mi pecho sobre su espalda y pude percibir que nuestro ritmo respiratorio se había acelerado y parecía estarse sincronizando. Decidí que era tiempo del primer toque importante; aún a horcajadas, fui bajando hasta sus piernas, que ya no estaban flexionadas, sino rectas y con una ligera apertura. Me arrodillé entre ellas para dejar más espacio entre ellas y con ambas manos separé sus nalgas. Mi lengua fue al perineo y unos segundos después mi mano izquierda a su vagina, ya completamente lubricada que recibió mi dedo medio, mientras con movimientos circulares alrededor del ano, mi lengua seguía trabajando sobre sus miles de terminaciones nerviosas. Estuve en esa labor dos o tres minutos; Tatiana intentaba levantarse, pero con mi peso yo le enviaba la señal de que no lo hiciera.
Súbitamente, cesé todo contacto y me erguí sobre las rodillas, aún entre sus piernas. Fue la primera vez que voltee a ver a Ernesto, que se manipulaba con suavidad su duro miembro.

Me recosté junto a Tatiana y le pregunté al oído:
-¿Te quieres dar la vuelta?
Ella se giró hasta quedar boca arriba. Las bellas y generosas tetas que hacía poco acababa yo de tocar, quedaron al fin a mi alcance. ¡Difícil resistirse a ellas! Las tomé como si fuesen tibias copas y después de soplar con delicadeza al pezón, que reaccionó con presteza poniéndose rígido, me di a la gratísima tarea de mamar apasionadamente. Un ligero carraspeo en su garganta me comprobó que Tatiana estaba gozando tanto como yo la combinación de lametones, succión y ligeras mordidas que yo ejercía con experiencia y delectación. Cuando me cambié de teta, mi verga fue aprisionada por la mano de la chica, quien distribuyó perfectamente el abundante líquido lubricante que me escurría y dio paso a una riquísima masturbación, que a pesar de que era muy placentera, permití por poco tiempo, ya que el camino por recorrer aún era largo; así que dejé los pechos alejando mi pene de su mano y bajé con mi boca hacia el vientre, dedicando mi atención a su ombligo, sólo para retrasar un par de minutos más el momento llegar hacia su centro vital, que –comprobé con mi dedo- ya estaba empapado en sus jugos.

Me sumergí con nariz y boca en esa vulva depilada con esmero, fina, delicada que parecía ofrecerme la flor de sus labios y un clítoris pequeño, rígido, saliendo de su delicado capuchón presto a que lo tomara entre mi lengua y mi labio superior para arrancarle un prolongado “¡Ahhhghhhh!” a una Tatiana que ya había sucumbido al placer.
No sé cuánto tiempo estuve allí; suelo perder la noción del tiempo en ese jardín de delicias, aunque la rigidez de mi cuello y el entumecimiento de la lengua ya me estaban reclamando cambiar de posición. Repté sobre el cuerpo sudoroso de Tatiana, fundiendo mi piel con la suya hasta llegar al sitio más íntimo de su ser: su boca. Sus labios entreabiertos recibieron mi primer beso, exploratorio y tímido; al que ella respondió ofreciéndome una lengua hábil y desinhibida. Nos besamos casi con rudeza, de forma febril, ajenos a la presencia de Ernesto, mientras yo, anhelante, apuntaba mi miembro par entrar de una vez por todas en la vagina de Tatiana quien, al sentirme dentro de ella, aprisionó mis piernas con las suyas y dio paso a intensos movimientos pélvicos que estuvieron a punto de desencadenar una precoz eyaculación que, por fortuna y gracias a las enseñanzas recibidas de varias fuentes, pude controlar.

Fuimos bajando el ritmo y conseguí sacar sutilmente mi verga de su vagina. Me tendí boca arriba en la cama y Tatiana captó el mensaje. Se montó sobre mí en posición “69” y se abalanzó sobre la firme estaca de 19 cm que seguía enhiesta, desafiando mi edad. En ese momento, su marido se levantó de su silla y se acercó a la cama, hasta quedar al alcance de Tatiana quien, sin dudarlo un instante, le tomó el pito y le empezó a dar consuelo manual. Yo intentaba concentrarme en el cunnilingus, pero podía más el morbo de saber que, por primera vez en mi vida, estaba participando en un trío.
Como si mi hubiese leído la mente, Tatiana retiró la boca de mi miembro y la llevó hasta el de Ernesto, quien ya se había encaramado en la cama y permanecía hincado en ella. Unas ocho o diez veces alternó Tatiana el sexo oral en ambos miembros, hasta que decidí que era el momento de satisfacerla por ambos extremos. Me fui escurriendo de entre sus piernas y me hinqué detrás de ella. Mientras, Ernesto se acostaba de través en la cama sin dejar de ser objeto de una deliciosa mamada. Tatiana me presentaba el culo frontalmente, su espalda curvada de forma inversa y sus rodillas aún separadas por haber estado montadas en mí.
Enterré la espada hasta el fondo, de un solo movimiento; un ligero espasmo en Tatiana me indicó que había tocado el cérvix, así que moderé mis movimientos. Ernesto acariciaba una de las tetas pendulantes de su mujer, así que yo me fui sobre la otra. ¡Cómo me hubiera gustado que alguien nos estuviera tomando video en ese momento mágico, sin precedentes para mí!
Y entonces sucedió lo inesperado: Ernesto no pudo controlarse más y estalló en la boca y el rostro de Tatiana quien perdió la concentración que la estaba acercando al orgasmo. Yo también me distraje al romperse la perfecta coreografía que estábamos llevando. Me salí del cuerpo de la chica mientras ella se limpiaba la cara con una toalla que había quedado sobre la cama. Sentí algo de contrariedad, pero reaccioné antes de perder la excitación. Me bajé de la cama e invité a Tatiana a venir conmigo. La coloqué de pie, apoyando las manos en el tocador y de frente al espejo. Antes que otra cosa sucediera, la volví a penetrar desde atrás. En ese momento me di cuenta de mi cansancio, por lo que decidí acelerar las cosas, masturbándola con una mano y abarcando sus tetas con la otra.
A través del espejo vi a Ernesto que, puesto en pie, nos grababa con el teléfono. Ese simple detalle elevó mi libido hasta las nubes y sentí la inminencia del final. Por suerte, también Tatiana estaba alcanzando el orgasmo, uno fuerte, violento, que volvió a ascender cuando sintió el derrame de mi semen caliente en su interior.
Mis piernas eran de gelatina; me separé de Tatiana y me tiré boca arriba sobre la cama, mientras mi miembro perdía poco a poco su rigidez. Cerré los ojos y pensé que me ganaría el sueño. Con esfuerzo los abrí; Tatiana descansaba las nalgas en el tocador y Ernesto la abrazaba y besaba con enorme ternura. Entendí que a partir de ese momento yo ya sobraba en la habitación y como pude me levanté, salí cerrando discretamente la puerta y me dirigí con paso vacilante hacia mi cuarto, donde después de beber un botellín de agua, me quedé profundamente dormido.

Así terminó aquel viernes, uno de los más sorpresivos y fascinantes de los últimos años.

Continuará.


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